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Manual de instrucciones imperfecto: vincularse después de los 50 y con diagnóstico de TDAH

La cabeza como sala de chat antiguo sin moderador

Mi cerebro no es una biblioteca ordenada con estantes por temas. Es un grupo de WhatsApp con notificaciones abiertas, sin silenciar y con participantes que no paran de mandar mensajes innecesarios. En un vínculo, esto significa que puedo estar escuchando con toda la atención del mundo y, de pronto, me voy detrás de un pensamiento brillante, o de una duda absurda, o de la mancha que tiene tu camisa. No es falta de interés: es que la sala de chat se desbordó y yo quedé atrapada en medio de los emoticones.


A los 20 una se ríe, a los 30 se disculpa, a los 40 lo disimula, pero a los 50… ¿qué hacés? Yo ya no tengo ganas de pedir perdón por cada vez que me pierdo en mi propia mente. Quien se vincula conmigo necesita saber que soy un collage en movimiento, y que mi forma de estar presente incluye ausencias repentinas.


¿Mujer madura?

La sociedad ama el estereotipo de la mujer de más de cincuenta: sabia, estable, paciente, con su vida resuelta. Yo, en cambio, sigo perdiendo las llaves, olvidando actividades sociales y necesitando recordatorios para no perder mis clases. ¿Eso me hace menos “madura”? ¿O será que la madurez también puede ser aprender a vivir con un cerebro que no coopera con la agenda?


Tener TDAH y ser mujer madura es un doble estigma: primero porque todavía cuesta que se reconozca que las mujeres también lo tenemos (y que no es un capricho o una excusa), y segundo porque a esta edad se espera que una “ya supere esas cosas”. Como si la distracción y la impulsividad fueran privilegios de la juventud. “Spoiler alert”: no se curan con los años, solo aprenden a bailar con vos… o a caerte encima.


Vínculos con intermitencias

Yo me vinculo como navego en la web: abro veinte pestañas a la vez. Conecto rápido, me entusiasmo, me ilusiono, y de pronto salto a otra cosa. No porque no me importés, sino porque mi cerebro funciona así: intensidad, pausa, intensidad, fuga.


Claro, esto en un vínculo se ve como inestabilidad, como si no supiera lo que quiero. Y sí, muchas veces no lo sé. Pero otras lo sé con una claridad feroz que asusta: te quiero aquí, ahora, con urgencia. El problema es sostenerlo en el tiempo, porque mi foco se disuelve. No es falta de amor —ni de deseo—, es que mi mente tiene la manía de apagarse justo cuando debería permanecer encendida.


El síndrome de la agenda imposible

Una mujer de mi edad debería tener la vida más o menos organizada, ¿no? Trabajo, familia, afectos, finanzas, salud. Yo lo intento, en serio, pero basta que una alarma no suene (o que olvide para qué sonó), que un mensaje no se guarde, que alguien me diga “nos vemos después” sin hora fija, y ya estoy perdida. Imaginate lo que esto significa en un vínculo: las citas se me mezclan, los aniversarios se me olvidan, las promesas se me diluyen.


Y, sin embargo, soy la misma que puede recordar con precisión lo que me dijiste hace seis meses a las dos de la mañana, o el gesto mínimo de tu mano en una conversación que parecía trivial. Mi memoria funciona como un imán caótico: olvida lo que le da la gana y atesora lo demás. No hay manual que explique eso.


El superpoder y la maldición

Porque también está el otro lado: el TDAH me hace apasionada, chispeante, capaz de conectar puntos que otros no ven. Soy la que puede transformar una conversación aburrida en una lluvia de ideas, la que te sorprende con un plan inesperado, la que encuentra poesía en medio del caos. Vincularse conmigo es también acceder a esa energía impredecible, a esa intensidad que no se puede fingir.


Pero claro, toda chispa deja humo. Cuando la intensidad baja, todo queda en silencio, uno preguntando qué pasó, y yo tratando de explicar que no es desinterés, es simplemente que mi cerebro cambió de frecuencia. Y sí, entiendo que esto cansa. A mí también me cansa.


Contradicciones a los cincuenta

Aquí está la paradoja: a los 50 una debería saber lo que quiere, y yo lo sé… a veces. Sé que quiero vínculos que me reten, que me cuiden y me permitan ser este torbellino sin culpa. Sé que no quiero un manual rígido, porque mi vida no cabe en una tabla de Excel. Pero también sé que no quiero seguir pidiendo disculpas por siempre.


Entonces, ¿cómo se vincula una mujer madura con TDAH? Con humor, con ternura, con paciencia y con la conciencia de que no hay manual correcto. El mío, al menos, viene imperfecto de fábrica: le faltan páginas, le sobran tachones y se abre siempre en capítulos inesperados.


Nota al pie

Si me perdiste en medio de una frase, no fue porque me alejara: fue porque mi mente se abrió en mil ventanas al mismo tiempo. Si aún estás aquí, es porque supiste leer entre mis interrupciones el hilo invisible que me sostiene, porque entendiste que mi caos también contiene ternura, y que detrás de la distracción hay una mujer que sigue apostando —con torpeza y con intensidad— por un vínculo capaz de sostener sin prisas.

 
 
 

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