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Rebeca Bolanos Cubillo

Carta a mujeres que trafican con la esperanza

Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea.

Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida

este rincón sensible, luchador,

de piel suave y corazón guerrero.

Alejandra Pizarnik


Centroamérica le duele a muchas personas, a mí también me duele, pero a la par de la pobreza, de las carencias, del dolor de las despedidas y de la desolación que provocan las migraciones -las pequeñas y las masivas-, a pesar de las dificultades que atraviesan nuestros países por gobiernos corruptos y con agendas claras de favorecimiento a los poderosos, a pesar de la tristeza, del desánimo y de las miradas angustiadas de muchas personas, también he podido experimentar la esperanza, la lucha hacia adentro, la palabra hecha puño a través de las acciones de mujeres que todavía creen en lo imPOSIBLE.


Por eso quise escribirles a ustedes que trafican con la esperanza, por eso una carta a las mujeres “de piel suave y corazón guerrero”.


A la Abeja Reina,

Te observo, en ese mundo en que vivís todo gira en torno a vos, sos quien hace posible la miel que mantiene unida a la colmena. Sigo atenta el vuelo que describís cada mañana, o tus tiempos de descanso, cuando jugás con lo querido y atendés lo necesario. Sé de tus luchas, de la inmensa soledad de tu trabajo, de tu vuelo errático cuando sentís tus alas como molestas láminas de diamante.


Ya hemos conversado muchas veces de todas tus desventajas, de lo difícil que es mantener tu colmena produciendo en un territorio tan hostil, de cómo algunos tejones mieleros han tratado de robar tu trabajo, seguro piensan que no sos más que una hembra, reina sí, pero hembra al fin.


Y, sin embargo, cada mañana te destrabás de las ojivas que forman tu celda y mantenés activa la colmena a base de miel, trabajo y esperanza. Sé que querés que el almíbar que producen tus obreras endulce más allá de El Salvador, que tus pecoreadotas visiten las flores de otros campos y que bajo tu guía boten las fronteras oficiales y compradas que limitan tu dignidad.


Pudiste haber volado lejos también, convertirte en obrera, dejar atrás La Libertad en busca de otra libertad, pero en cambio decidiste quedarte y ofrecer un trocito de tu colmena para endulzar más allá de El Majahual.


Para Ixchel, las tres mujeres que son una diosa

Yo soñaba con el día en que pudiera encontrarme con la diosa, al escribir sobre ella aprendí de los cinco secretos para encontrar la deidad que llevo dentro. Imaginaba tropezar con ella en el hilo de escarcha líquida que camina de puntillas en las piedras del río que habita mis venas, o en las tardes de lluvia en forma de niebla que cubre el nuevo espacio que habita mi esperanza, o tal vez en la gota salada que transmuta todas mis circunstancias en un poderoso grito que me saca del dolor de lo fue y no volvió.


Aún habiéndola encontrado en ustedes, por un largo tiempo no lo pude entender, no pude ver a la diosa reflejada en las tres mujeres de Cuautimalán -el lugar donde hay muchos árboles-, pero me senté a contemplar mi dolor y en el medio de toda esa angustia siempre recibí el bálsamo tibio que cura a través del agua y que protege con historias escritas en tela.


He vivido sus momentos, entre las luchas por mejorar y mejorarse, entre los días que se brincan a las mujeres que son y que solo fijan su mirada en quien produce, cuida y atiende, también a la distancia prudente de un mensaje he llorado sus lágrimas. Y algunos días las busco -a ustedes y a las otras- para recoger mis partes despegadas y enjuagarlas en su agua y coserlas en sus tejidos: una historia, otra historia, los colores y la forma. El agua, los hilos, los tejidos y el alivio.


Y hemos volado en bandada, hemos atravesado nuestros propios momentos bajo la tormenta y hemos cruzado el miedo. Ustedes, yo y las otras, las que nos quedamos para también ser valientes.


A Hécate, la protectora de los viajeros

Cuando se te mira con atención se puede observar que tu piel pudo haber sido creada con los sedimentos de las orillas del Mar Muerto, es que sos camino. Es casi posible ver cada conexión de vía en lo negro de tus ojos. Existen mundos que no frecuentaban las Diosas porque les estaba vetado, pero vos no has querido seguir las reglas y derribaste uno a uno los nudos de todas las corbatas.


Sos la vía que conduce a muchos caminos, el casco blanco sobre el pelo negro, la lámina de asfalto que une todo lo demás y mezclada con arena sos impermeable, adherente y durable, una mixtura que evita los deslices todos, los de los pies y los de la razón.


Te nombraron Diosa y han puesto tres cabezas a tus tres cuerpos, sos quien vigila los caminos y a los viajeros.


Vos con tus perros en cada cruz y ofrendas en cada pie.


A Fran,

El fuego, la muerte y la enfermedad no pudieron soplar sobre tu fuerza. Derribaste los tres muros de la congoja y volviste con olor a manzana, citronela y vainilla. Con una vela en cada mano le diste camino al anhelo y la visión. Sos la imagen de la luz, un sendero que ilumina más allá de una iglesia levantada sobre piedra, entre los bejucos y el río que ya no es. Has derribado fronteras. A pesar de tus desvelos no te has ido, pero sí te has transportado en cada pabilo que alumbra más allá de tu país, en cada mano que, como las tuyas, guarda una luz que no se apaga.


Para Alicia,

En griego, aletheia, ἀλήθεια, refiere lo que es descubierto, lo que no puede ocultarse. En el caramelo de tus manos y la leche sin mancha de tu sonrisa pesan los afanes por mostrar lo que está oculto. En el secreto de tu nombre se muestra todo lo que no se puede disimular.


Sos la mujer de Cuscatlán que se inventa y se reinventa a través de lo que descubre.


Y podrías ser Gloriana, Azucena o Rita, pero no, sos Alicia, el nombre que cabe en todas las verdades.


Gracias por quedarse del lado de las otras, yo también soy una de ustedes, viajera dentro de mi Centroamérica, eternamente migrando en ustedes y con ustedes, yo la que quiere irse a veces, pero siempre termina quedándose.

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