El sexo casual y otras religiones que no profeso
- Rebeca Bolaños Cubillo
- hace 7 días
- 4 Min. de lectura
Hace poco alguien cercano me lanzó una pregunta que había tardado en recibir, esa que parece inocente pero esconde cierta alevosía encantadora:—¿Alguna vez te has metido a una App de citas?
Lo dijo como si me estuviera recomendando un remedio casero: con esa fe ciega en que Tinder o Bumble podrían resolver mi vida amorosa en un par de clics. Yo la volví a ver con media sonrisa y contesté lo que siempre digo:—No, gracias. No lo he hecho, no me interesa hacerlo, y a estas alturas del libro no voy a empezar a coleccionar “matches” como si fuera un álbum de postales.
La conversación siguió, pero yo me quedé pensando en cómo explicar lo evidente: no estoy hecha para el sexo casual, ni para las citas por catálogo digital. Punto. No me interesa acostarme con alguien por actividad física (el voleibol me gusta más y con todo lo que implica a mi edad, es menos peligroso), aunque —ironías de la vida— me encante el sexo. Y no hablo de encantarme como quien dice “me gusta el chocolate”: hablo de encantarme de verdad, con todo lo que implica el juego, la piel, la risa y el vértigo de perderse en otro cuerpo.
Ahí está mi contradicción favorita: no quiero sexo vacío, pero quiero sexo. Quiero vínculos reales, pero los reales suelen venir con un combo de exes, descendencia, traumas y deudas. Después de los 40 (y más aún después de los 50), cada historia viene con su propio archivo adjunto, y la carpeta “fantasmas” casi nunca está vacía.
Un manual de requisitos imposible
No es que yo sea quisquillosa. Bueno, sí, un poco. A esta edad una ya sabe lo que quiere: alguien que me guste de verdad, que me encienda la sangre, que me haga reír (porque sin humor la vida es un velorio en cámara lenta), que esté emocionalmente disponible y que no tenga un altar oculto para alguna ex en el closet. Suena razonable, ¿no? Pues no: parece un pedido imposible, como si hubiera marcado “entrega Prime de un unicornio” y Amazon me devolviera un “producto no disponible en tu región”.
Lo que hay en el mercado suele ser menos idílico: divorciados recientes que todavía huelen a juicio, tipos que confunden una conversación con un monólogo de LinkedIn, y viudos emocionales que siguen velando a sus relaciones pasadas mientras intentan invitarte a cenar. Una los escucha y piensa: ¿realmente quiero ser parte de este nuevo capítulo, o me van a dar un papel secundario en una novela que todavía no termina?
Por qué no apps
Y entonces vuelvo al tema de las apps. A ver: respeto a quien las usa, me parece genial que alguien encuentre pareja así, conozco matrimonios que iniciaron con un contacto de esa forma, pero para mí son como un supermercado de aguacates: agarrás el que se ve bonito, lo llevás a la casa y al partirlo resulta duro como piedra o pasado y negro por dentro. No quiero eso. No quiero entrevistas disfrazadas de cenas, ni que mi vida amorosa dependa de algoritmos que deciden con quién parezco “compatible”.
Prefiero los encuentros orgánicos, incluso aunque eso implique más silencios, más esperas, más incertidumbre. Prefiero la casualidad de una conversación real, el roce en un concierto, la charla en una barra, el acercamiento en una clase, a ese gesto mecánico de deslizar el dedo por la pantalla como si el amor fuera un catálogo de zapatos.
Lo que da miedo
Lo aterrador, sin embargo, no son las Apps, ni el sexo casual: lo aterrador es reconocer que a veces la lucidez se vuelve una enemiga. A los 20 una se lanza sin pensar demasiado; a los 40 y más, una ya hizo inventario de heridas, de traiciones, de ilusiones malgastadas. Y con ese inventario en la mochila, los vínculos empiezan a dar vértigo.
Querés amar, pero no querés perder tu autonomía. Querés sentir mariposas, pero también querés estabilidad. Querés intensidad, pero también querés calma. ¿Se puede tener todo? ¿O será que el deseo a esta edad se parece más a una lista de compras contradictoria: “dos kilos de pasión, medio kilo de ternura, una libra de sentido del humor, cero drama, cero ego”.?
Y claro, hay días en que me pregunto si vale la pena seguir intentando. Porque para querer vínculos reales, una necesita casco, chaleco antibalas y manual de primeros auxilios emocionales. Y porque la soledad, aunque a veces se sienta cómoda, también puede convertirse en una trampa de la que cuesta salir.
Humor negro como salvavidas
Por eso me río. El humor negro es mi salvavidas. Me río de las citas que parecen trámites bancarios: “¿Qué bienes tenés? ¿Qué expectativas? ¿Cuál es tu plan de vida a cinco años?”. Me río de los hombres que dicen amar la lectura pero solo leen frases de Paulo Coelho en Facebook. o las que se le atribuyen a Benedetti en Instagram, pero no lo son. Me río de la contradicción de querer calor humano, pero no tolerar las relaciones tibias.
La risa, al final, es lo que me permite seguir mirando hacia adelante sin entiesarme como escultura kitsch de yeso.. Porque aunque me queje, aunque me contradiga, aunque arme discursos enteros sobre lo imposible de los vínculos, sigo creyendo —a veces en secreto, a veces en voz alta— que vale la pena intentarlo.
El cierre inevitable
Así que aquí estoy, 52 años, un poco más sabia, un poco más sarcástica y todavía con ganas de besar, de abrazar, de que la vida lata fuerte. No soy un vino barato de caja, soy un vino añejo, con cuerpo, con carácter… y con corcho selecto. No me descorcho con cualquiera, porque ya aprendí que abrirse (en todos los sentidos) merece más que un encuentro exprés con olor a jabón de motel barato.
Quizás lo mío no sea fácil de encontrar, quizás lo que quiero no esté “disponible” en el mercado, pero mientras tanto, me consuelo con la certeza de que todavía deseo. Y desear, después de todo, es estar viva.
Y sí, puede que no practique el sexo casual, ni las citas por app, pero tengo mi propia religión: la de creer que, aunque tarde, aunque enredado, aunque a veces duela… los vínculos todavía valen la pena.
Ya me dediqué a leerte con calma, como quería hacerlo. Me gusta mucho la forma en que escribes, me da la sesnación de fluir con tus palabras. Eso me encanta. Y en relación con el fondo de tu escrito, debo decir que estoy totalmente de acuerdo, la edad nos hace personas selectivas, e incluso, a estas alturas del partido, hasta creo que la ocasionalidad, ni siquiera es una opción; mucho menos los encuentros en ese tipo de aplicaciones... es preferible la sorpresa de un encuentro casual, vis a vis, y si ha de haber alguna suerte de química, que sea lo más real posible, comprobación empírica o algo así... jajaja... definitivamente, no se descorcha una botella de buen vino, así…
Me encanta Rebe, he logrado identificarme con lo que expresas.